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La princesa tiburon Prologo

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  1*La Princesa Tiburón y la Tribu de Gléiciro



Fue básicamente al instante de poner un pie en el mundo que el ser humano puso lo inofensivo bajo un dominio propio, y lo mismo a aquella cosa que lo superara hasta en el más mínimo de los detalles, la diferencia, es que lucharía hasta con el fin de destruirse así mismo con tal de superarla, pues lo fuerte, si no se posee, ya no debe existir. Nada puede ser más majestuosamente extraordinario que la arrogancia humana. Pero desde hace mucho antes, ya había una criatura tal vez mucho más feroz y audazmente temida después del nacimiento del mundo...

Pies rojizos de adultos y jóvenes se movían descalzos sobre la arena. El cielo claro del fin de la primavera se estiraba hasta más allá del horizonte, cubriendo bajo sus escasas nubes las aguas claras del arrecife. Éstas llegaban a la playa inundando la arena en donde los árboles se mecían con el viento, los arbustos floreados permanecían quietos y protegidos a la sombra de sus copas. Los hombres llevaban sus canoas sobre la cabeza con ambos brazos mientras las mujeres sostenían, sonrientes de la emoción, la mano de sus hijos e hijas recién cumplidos los seis años, según era la tradición de llevarlos al mar para recibir la bendición del vencido dios Déllkoiri y unir a la familia como un solo espíritu. Todos estaban felices, sin saber que sería esa misma tarde que sucedería el hecho más irrelevante y sorprendente nunca antes ocurrido en la isla.
Pero a pesar de que haya sido ese mismo día en el que comienza realmente esta historia, tal vez ocurrida en un pasado o futuro lejano, nos iremos muchos años después para comprenderlo mejor.
El final del día se acercaba. Las mujeres, aprendices y maestras, se preparaban para regresar a su hogar. Cada vez que la maestra más vieja hacía sonar el móvil de madera junto a ella, era la señal de que la labor de tejer muebles y herramientas había acabado al menos por ese día. Las aprendices trabajaban sentadas de rodillas frente a una pequeña mesa que les llegaba hasta el pecho una vez arrodilladas sobre grandes hojas suaves esparcidas por toda la choza. Bastaba con oír el sonido hueco de la madera agitándose para que se pusieran de pie y se dirigieran hacia la salida después de un breve rezo al dios de la tierra.
—Tiwa, ya nos estamos marchando—se detuvo a hablarle una de las mujeres mayores—. ¿Podrías venirte con nosotras hoy?
—Tengo que terminar esto o me va a quedar más que hacer mañana—respondió Tiwa, arrodillada frente a la mesita.
—Bueno, pero ten cuidado cuando te vayas. Dicen que los brujos han regresado bastante pronto.
—De acuerdo—sonrió.
Tiwa apretó los dedos queriendo aparentar que ya casi terminaba de tejer la red de pesca hecha con fibras de lino *muka, la cual, había dado por terminada a medio día. Para esto tenía talento; el tejido de redes de pesca y mallas para mesas, más que el de las otras jóvenes que llevaban un año y medio al igual que ella. Decir que había nacido con el talento era absurdo. Quizás era el gran orgullo del artista por ver su obra acabada y admirada lo que la motivaba más que a las otras.
Tras asegurarse de que todas las mujeres se habían ido al mirar por la ventana frente a ella, abandonó su trabajo sobre la mesita y quitó sus rodillas del piso. Suspiró serena al ver que estaba sola. No es que tuviera algo en contra de sus compañeras de trabajo por preferir la soledad, al contrario, le gustaba estar con ellas, ¿por qué otra razón preferiría fingir falta de habilidad manual y pasar el resto de la tarde en su compañía? Sin embargo, admitía había momentos en los que de lo único que hablaban era del matrimonio, en especial las mayores que no dejaban de indicarles los mismos consejos una y otra vez.
Además, ese día llegaban los brujos. Su fecha favorita.
Al cruzar la salida miró el cielo nublado, la brisa helada enfrió sus mejillas. El anuncio de la llegada de los brujos se hacía presente en el ambiente y allí perdurarían por tres meses.
La Choza de trabajo se situaba lejos de la población y de sus cuarenta habitantes. El pueblo lo dirigían cinco curanderos muy viejos, los cinco eran los descendientes más cercanos a los sobrevivientes del desastre de Déllkoiri y Gléiciro desatado sobre su tierra cientos de años atrás, según en las leyendas.
A medida que Tiwa caminaba por la pendiente cuesta arriba, el mar apareció a lo lejos teñido de gris atrás de los árboles agitados violentamente por el viento. La larga cabellera negra de la muchacha se agitó como una bandera negra de oscuros reflejos púrpuras.
Incluso el agua; peligrosa, apacible y traicionera, para ella era de un color mucho más llamativo que las decoraciones de su gente, como las joyas de abulón. El misterio y sabiduría del paisaje eran unas de las cosas que más la cautivaban.
Su larga falda de hojas cubriendo el vestido interior la entibiaba tanto como el suave escote de plumas negras y blancas amarrándose tras su cuello. Esa ropa, sólo podían llevarla las niñas. Faltaba poco para dejarla. En momentos así, durante sus caminatas, empezaba a sentir un poco de angustia, que al llegar a su hogar, en cualquier día, su padre llegara a decir tomándola de los hombros y conducirla a un joven arrodillado junto a la mesa y exclamar:
—Tiwa, cámbiate esa ropa de niña pequeña y saluda dignamente a tu esposo.
Eso la ponía realmente incómoda, el estómago se le revolvía siempre que estaba por atravesar la entrada de su hogar después de llegar de La Choza.
La Choza, era uno de los tantos procedimientos de madurez. Ya tenía diecisiete, es decir, que cualquiera de los tontos y presumidos con los que había crecido en la población podía ir y desposarla. No es que todos fueran odiosos, pero se entumecía de miedo ante la posibilidad. El arete de abulón que colgaba con forma de un anzuelo en su oreja derecha era la principal señal para los jóvenes de que tenían la libre oportunidad de poner sus ojos en ella, ir a cortejarla o intentar ganarse la confianza del padre, el cual, era el encargado de escoger al marido. Por otro lado, la madre de lo único que debía preocuparse era de enseñarle asuntos básicos y de dejar un descendiente y educarlo por el sexo que fuese.
Para calmar el miedo irracional trataba de imaginarse convertida en viento, jugando entre los árboles hasta perderse arriba en la neblina tapando los montes que rodeaban a la población separándolos del mar. También pensaba en cómo sería la vida si no fueran los hombres los que gobernaran la isla ni a las mujeres. Ella no odiaba a los hombres. Claramente recordaba la reconfortante y nostálgica imagen suya jugando en la arena con su padre y algunos niños mientras su madre asaba pescado y huevos y cómo después almorzaban entre los tres, mirando el arrecife a la sombra de las palmeras. Era de ensueño. O pensaba en cosas más absurdas, como tener los pies en lugar de las manos, o cómo sería tener alas en vez de brazos, una cola de tiburón en vez de sus piernas… De ello pasaba a recordar ese día, pero no lo lamentaba: Su pequeño cuerpo era arrastrado por la corriente del mar hasta que su pierna chocó con fuerza contra el arrecife. No recordaba con exactitud cómo había caído, probablemente una imprudencia infantil que la llevó a acercarse mucho al borde de la canoa. Pero daba igual. Lo que sí nunca podría olvidar sería el fuerte color rojo pululando del corte de su pierna, junto la tristeza de ver a casi todas las personas que conocía desapareciendo a lo lejos por  temor de que Déllkoiri la tomara como su presa y que ellos fueran incluidos. Así debía sentirse ser uno más de los tantos peces que ese monstruo se comía. Así era como se sentía ser un desperdicio, un ave herida a la que su bandada dejaba atrás. Casi al instante de haberse lastimado, algo enorme la levantó del agua. La niña de seis años se paró instintivamente sobre una gran masa áspera y fría bajo sus pies. En solo cuestión de tiempo, estaba tambaleándose sobre el lomo de un tiburón blanco; la reencarnación del temible dios del mar. La tribu llamaba a esta especie de tiburón cómo Cuchilla Pálida. Todos en la isla eran conscientes de las distintas razas que tenía el tiburón, y éste mencionado, lo consideraban el más perverso. Gritó aterrorizada. De pronto un mareo debilitó su cuerpo y por un momento se hundió más bajo el agua. Reaccionó inmediatamente y nadó lo más rápido que su pequeña fuerza le permitió, sintiendo la dura nariz del tiburón empujándola y levantándole las piernas. Ya había oído de los pescadores que la sangre atraía a los tiburones, la dominó el pánico y se agitaba más de lo que su pecho podía soportar. De repente, se sintió con mucho más cansancio, cómo si sus fuerzas se hubieran agotado todas y se dejó flotar. Ahora, con los ojos entreabiertos y cansados, contemplaba cómo el agua la cubría sin resentimiento. Cuando volvió a abrirlos, todo estaba de color azul y delante de ella había un niño de su edad tomando sus manos. Ese niño no podía ser humano. Su piel parecía ser un poco más clara que la de ella, su pelo era tan corto como una melena y sus ojos eran de un color azul muy profundo. Éste le sonreía de manera amigable, su mirada era muy tierna y serena, la hizo sentirse en calma y sin miedo.
— ¡Me llamo Tiwa!—gritó por el fuerte sonido de las burbujas a su alrededor, sonriendo. Ni siquiera tomaba en cuenta de que estaba respirando bajo el agua.
El niño la tomó de los codos y la lanzó hacia arriba, respondiéndole en un extraño acento mientras reía:
— ¡Yo Puówa!
Y todo brilló. Los fuertes rayos del sol la habían cegado unos instantes, el aire que entró en sus pulmones la revitalizó como nunca y el agua volvía a inundarla hasta sus hombros. El viento la devolvió a la realidad. No muy lejos estaba la orilla, y las familias, incluyendo la suya, desembarcaban. Apresurada porque la vieran, comenzó a gritar y a agitar los brazos. Todos voltearon anonadados pero no se atrevieron a entrar al agua, por lo que ella misma tuvo que llegar hasta ellos.
Esa fue la primera batalla en su vida y la había superado con éxito. Sus padres no dejaban de abrazarla ni de llorar desconsolados mientras ella los acariciaba, dándose cuenta de que la herida de su pierna estaba cerrada, siendo la única evidencia una mancha rosada por los tejidos recién unidos. No tenía miedo, lo normal habría sido tenerlo, pero esa dulce mirada en su memoria le suavizaba el pecho mientras que lágrimas caían de alegría al sentir el cálido recibimiento de sus padres.
Con el pasar del tiempo, comprendió el principal motivo por el que no se atrevieron a rescatarla. Porque habría sido sencillo rescatarla de no haber sido porque la extraña corriente la arrastró. Según el patriarcado, Déllkoiri tendría que haberla tomado como la ofrenda que lo resucitaría en su cuerpo humano, robándole antes su espíritu para poner el suyo en su cuerpo. Pero ella había regresado con vida, lo que significaba que el dios la había desechado por el mal sabor de su sangre. Pero, Tiwa no había visto a ningún dios malvado, tan solo recordaba haber visto a ese niño amable, y eso era suficiente para ella. Sin embargo, las duras palabras de los adultos la convencieron de guardar el secreto. Y ese mismo día, como era la costumbre, así como eran llevados al mar por sus padres al cumplir los seis años, al regresar de ésta travesía obtuvo el tatuaje que la clasificaría de por vida como a todos los niños. Algunos recibían pequeños corales, a otros se les dibujaba un oleaje torrencial, a otros tortugas, otros cardúmenes, incluso montañas. Sin embargo, Tiwa había recibido una marca que hacía años no se veía en la isla. Comúnmente, este tatuaje les había sido dado a hombres mayores cómo segunda marca; obsequio por su resistencia al sufrimiento y sus fuertes ganas de mantenerse con vida… Un tiburón de grandes dientes, volando sobre la corriente como si quisiera morder el cielo. Esa era su recompensa, para los adultos, y para los niños malcriados era la mejor excusa para encasillarla en un cruel apodo en burla a su mala suerte. El tatuaje cubría su hombro hasta arriba del codo. Raras veces le veía su encanto.

A Tiwa le faltaba poco para llegar a la población, sólo una última vuelta por el camino a través del bosque, cuando divisó a lo lejos a un grupo de jóvenes saltando entre las rocas y desde los árboles. Le eran más que conocidos. Estos cinco eran justo a los cuales ella prefería catalogar como “los tontos de la isla”. Niños grandes, también era un buen término. Tratando de no hacerles caso a su presencia, por experiencia, continuó caminando, hasta que uno de ellos se le atravesó rápidamente.
—A un pececito lo arrastró la corriente—le sonrió casi apegando la nariz a su cara.
—Ahora no, Yupo—respondió pasando de largo. Esta vez, todo el grupo la rodeó.
—No terminó de hablar, mujer—respondió sarcástico otro chico del grupo.
Aún si era una broma, que la llamaran de esa forma le molestaba.
— ¡Déjenme pasar, niños!—gruñó moviéndose entremedio hasta que fue agarrada de ambos brazos por el primero—. Déjame pasar…
— ¿Qué es esto?—dijo tocando su arete, fingiendo sorpresa—. ¡Pero si es un arete de compromiso! ¡O sea que tengo todo el derecho de acercarme a ti, mujer!
— ¡Me llamo Tiwa!—respondió más enfada, y sacudió sus brazos hasta que logró soltarse.
—Oye, mejor déjala. ¡Se verá divertido después de que te esté sirviendo comida en la mesa, Yupo!—dijo otro de ellos casi escupiéndolos a todos con la fruta que comía.
—Cierto—respondió abriéndole el paso—. Puedes retirarte, mi querida Tiwa.
Tiwa abrió los ojos y tomó una postura erguida.
—Yo no soy ni la “querida” de ellos ni la tuya, ridículo—siseó sonrojada pero sin cambiar su mala expresión. Y se fue.
Los cinco se echaron a reír a carcajadas, haciéndole apretar los puños hasta que llegó a la población. A medida que avanzaba, más gente aparecía. Algunos cubrían sus cultivos de la helada en los pequeños jardines tras sus chozas y los niños estaban sentados en la tierra jugando con algún utensilio de cocina o descansando junto a la fogata hecha por algún grupo de amigos charlando y bebiendo vino del fruto *puño de noche. Los *Púri cantaban casi apegaditos los unos a los otros desde los techos de algunas chozas, entonces algún hombre se detenía a mirarlos con un atado de leña en la espalda, quizá tratando de elegir a cuál comerse o ver cuál tenía plumas más bonitas para una manta.
Al estar frente a su choza, respiró hondo para echar fuera el mal pesar y empujó la puerta. Como todos los días cuando volvía de La Choza, su padre se puso de pie a abrazarla. Era un hombre robusto, de fuertes brazos, gran nariz y pelo rizado colgándole en la espalda. El singular tatuaje de una anguila engullendo un pez en el fondo de una cueva cubría su espalda y su hombro izquierdo.
— ¡Tiwa! ¿Cómo estás, hijita?...—exclamó abrazándola—. O-oye, ¿y esa cara de malhumorada?—dijo extrañado.
Aparentemente, no había podido disimularlo.
—Papá, para cuando hayas elegido al inmaduro con el que deba casarme, sólo por favor trata que no sea Yupo o alguno de sus ridículos amigos—respondió enojada al final. Su padre se quedó contemplándola perplejo y con los pelos de punta—. Disculpa…—su rostro enrojeció y su voz se fue perdiendo en un hilo.
— ¡Vaya manera de hablar, Tiwa!—rió su madre besándole la frente—. Desde que te puse ese arete llegas con peor cara de la que vienes de La Choza—exclamó dejando una bandeja con pescado y algunas hojas de ensalada.
— ¡Eso me recuerda!—se volteó hacia su padre con mejor cara—. Papá, tienen nueva red de pesca. Es grande, así que van a tenerla que ocupar entre todos en sus canoas.
— ¿De verdad? ¡Más bien son buenas noticias! —respondió sentándose a la mesa mientras su esposa ponía la comida.
—Eso a ver si ninguno vuelve a caerse de la canoa—bromeó su mujer soltando una carcajada. Su hija sólo sonrió y su esposo le hizo una mueca.
Estar con sus padres le recordaba lo agradable y simple que era la vida después de algún “pequeño” disgusto.
Siempre, después de que terminaban de comer, Tiwa se subía a la espalda de su padre y jugaban como cuando de niña y su madre sólo los detenía cuando alguno de los dos protestaba por un golpe demasiado duro. Mientras tanto, ella contaba la división de provisiones para el día siguiente y barría la tierra de los rincones hasta echarla fuera.
Los tres compartían una sola habitación. Cada invierno dormían en una hamaca gigante tejida de *yute. En las noches demasiado frías, cubrían la puerta y las ventanas con cuadros envueltos de cuero y echaban más mantas a la hamaca, preferiblemente de las de plumas. Pero dependía del temporal, pues cuando volvía el calor, Tiwa regresaba a su hamaca en el otro extremo de la habitación.
Hacía frío. Tiwa dormía al borde como su padre y su madre dormía en el centro. Arropados hasta más no poder, los tres unían sus espaldas acogidos por la suavidad del lecho.

MLP Emote Bigmac Big Macintosh Speechless  Es ficción, no es ninguna etnia real :V  Es una patética mezcla, creo... :T

 Galería vulturandes.deviantart.com/gal…
 Palabrillas con otro mágico nombreFnaF Icon [57] - Lenny Safra :

1*Llamado comúnmente lino de Nueva Zelanda. Su fibra es llamada lino textil. Se encuentra principalmente en pantanos y áreas bajas, pero puede crecer casi en cualquier lugar.

2*Davidsonia pruriens o North Queensland Davidson's plum, es un árbol de tamaño medio que se encuentra en la selva tropical del norte de Queensland, Australia. Las hojas son grandes y compuestas. Las frutas son comestibles de color borgoña y se producen en grandes grupos. Puño de Noche es el nombre que la tribu de Tiwa da a al fruto.

3*Pui: El mielero tui (Prosthemadera novaeseelandiae) es un ave endémica de Nueva Zelanda. 

4*El yute (corchorus capsularis) es un arbusto de 2 a 4 m de alto, el tronco rígido y fibroso de 2 cm de diámetro se ramifica en la parte superior. Las hojas, pecioladas, con limbo triangular de 10 a 15 cm de largo por 5 cm de ancho.

Foxy cute ROFL chat icon  No puedo creer que lo hice XD vulturandes.deviantart.com/jou…

 Y~ necesito comentarios plz :V

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Comments6
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DashKnife-edge's avatar
Es increíble que tenga que vencer temporalmente mi retiro para que obtengas un comentario.
El título llama poderosamente la atención. Es interesante, y aparte de una promesa, eso me volcó a leerlo.
Si algo he aprendido con tutoriales y leyendo, es que cada historia que se cuente, tiene que narrar algo que salga de la "situación normal", tiene que ser algo extraordinario. Como ejemplo, puedo poner "La vuelta al mundo en 80 días": comienza describiendo a Phileas Fogg como un sujeto al extremo de la humanidad de tan flemático y asocial que era, tanto era así que pertenecía al Reform Club casi por casualidad. El único momento en que no sentí que esto era la calma antes de la tormenta, fue cuando narraste el recuerdo de su incidente. Por el resto, me parece casi una lista del quehacer diario.
No está mal porque me demostraste tu calidad de narradora, pero si no llamas la atención en un comienzo, no capturarás ningún pokémon lector.